Los templos de Khajuraho de India ¿Tempos tántricos o anti-tántricos?
Algunos maestros dicen que esos templos son un ejemplo de la cultura antigua tántrica de la India
Los Templos de Khajuraho de India ¿ Templos tántricos o anti-tántricos?
Algunos maestros dicen que esos templos son un ejemplo de la cultura antigua tántrica de la India, pero otros maestros tántricos de renombre como el Dr. Jonn Mumford o André Van Lysebeth nos dan otros argumentos que indican justo lo contrario. ¿Qué creer? Hay libre albedrío. Yo personalmente después de mi visita a ese lugar diría que es más cierto lo segundo que lo primero… aunque yo solo sé que no sé nada…
Aunque para estar bien informados de una de estas versiones, os paso seguidamente un extracto del libro “Tantra, el culto de lo femenino” de André Van Lysebeth:
La India brahmánica, obsesionada por el sexo
Esta India brahmánica que acusa, y acusará siempre, al tantra de las peores torpezas sexuales, ¿es tan virtuosa? Nosotros la creíamos no violenta, vegetariana y gazmoña. ¡Pamplinas!
Es verdad que sin usar la violencia Gandhi expulsó a los ingleses del país, pero la India ha pasado sin transición de los fuegos de artificio de la Independencia a las masacres generalizadas con millones de muertos. Hindúes y musulmanes han exterminado recíprocamente trenes enteros repletos de refugiados. Todo el mundo caía: desde el maquinista al lamparero, de los viejos a los recién nacidos.
Es verdad que en la India la vaca es sagrada y los hindúes no la comen. Tampoco cerdo, que es un animal impuro. Pero la mayoría de los indios comen aves (su pollo tanduri es famoso), pescado de mar o de río, cordero o cabrito, y si comen poco de estos últimos es porque la carne es cara.
Las verdades de las mujeres Indias
Es verdad que la mujer india se baña con el sari puesto y que en el cine indio el beso en la boca está prohibido (aunque ya comienza a hacerse). Y entonces, ¿qué hacen en este cuadro de virtudes los famosos templos sobrecargados de esculturas escabrosas que contradicen el puritanismo oficial? Que no quede por eso, el brahmanismo siempre cae de pie y nunca carece de imaginación: parece que esas esculturas obscenas son —¡adivinen qué!— ¡pararrayos! Y no bromeo: citando la Brihat- Samhita, Urmila Agarwal concluye así su libro sobre Khajurāho:
«Estas esculturas protegen los templos del rayo, del huracán y de otras calamidades naturales regidas por los dioses Indra y Varuna. Mientras que, por una parte, el templo en sí mismo atrae a esos dioses, por otra, esas esculturas obscenas las rechazan». ¡Uf! ¡Y qué oportunidad para los templos! Sin duda moderadamente convencida ella misma, Urmila Agarwal propone otra «explicación»: «Estas esculturas sirven también para comprobar la sinceridad de los devotos. Si permanecen imperturbables e imperturbados, entrarán en el templo y adquirirán un control total de los sentidos. Los débiles (feeble-minded en el texto) se sentirán turbados, no entrarán en el templo y duplicarán sus esfuerzos para dominarse».
Los templos de Khajurāho, de Konarak y de Bhubaneshwar
Ahora bien, los célebres templos de Khajurāho, de Konarak y de Bhubaneshwar, son supervivencias, casi reliquias. En efecto, cuando las hordas musulmanas invadieron la India, centenares de templos de Khajurāho, diseminados por todo el país, fueron saqueados en nombre del puritanismo fanático del Islam. Los 80 templos del vasto complejo de Khajurāho sólo deben su salvación a la exuberancia de la jungla tropical: literalmente desaparecieron bajo una vegetación impenetrable. Después de varios siglos de un olvido total, fueron fortuitamente redescubiertos y despejados por esos mismos ingleses que estuvieron a punto de causar su ruina importando la gazmoñería victoriana a la India.
En efecto, cuando la independencia era inminente, los políticos nacionalistas, juzgando que esas estatuas perjudicaban el buen nombre de la joven república, propusieron un remedio radical: ¡taparlas con hormigón! Y fue Occidente el que las salvó. El proyecto abortó, primero a causa del clamor que esta «operación hormigón» hubiera levantado en el mundo, y en segundo lugar por la perspectiva de las cohortes de turistas desembarcando en charters completos. Turismo = money = argumento decisivo: el hormigón destinado a las esculturas sirvió para construir aparcamientos para los turistas…
Los puritanos indios
Sin embargo —una vez no es costumbre— soy de la misma opinión que los puritanos indios: estas estatuas son pornográficas y no son tántricas. Si una u otra pareja extática expresa un «erotismo divinizado», ¿qué decir de las demás? Efectivamente, esos grupos humanos desenfrenados, en cunnilingus, en fellatio, sodomizándose, etc., son pornografía pesada. Sin lanzar gritos de doncella amedrentada, confesemos que eso cambia la perspectiva.
A. Menen, en su admirable libro Inde, ha visto bien el problema: «A primera vista esas estatuas parecen desprovistas de objetivos comerciales. Sin embargo de eso se trata, como voy a demostrar». Volvamos a plantear la pregunta: ¿por qué? La explicación es sencilla, indiscutible. El templo indio no era ni una iglesia ni una catedral. ¿Un lugar de culto? Tal vez. Hace menos de un siglo era un lugar de encuentros sociales, sin duda, ¡pero especialmente un burdel!
El puritanismo fue el que prohibió que hubiera bailarinas en los templos
Fue el puritanismo inglés el que prohibió que hubiera bailarinas en los templos, las devadāsis. (Deva = dios, dāsi = servidoras) ¿Servidoras del dios? De hecho estas seductoras bayaderas, en su mayor parte cultas, que sabían bailar, cantar, mimar, eran sobre todo expertas en las artes amatorias. Cito a Devangana Desai en su Erotic Sculpture of India: «La institución de las devadāsis, cuyo origen se remonta a los cultos de la fertilidad, se convirtió en un medio de goce bajo la cubierta de una forma de culto. En la época medieval, el número de devadāsis aumentó en los templos, porque las escrituras sagradas recomendaban ofrecer las hijas al templo.
La Bhavisya Purana (1,98,67) prescribe comprar muchachas hermosas y después ofrecerlas al templo para alcanzar el Sūryaloka. Los príncipes, al igual que los sacerdotes medievales, exigían que se mantuviera a las devadāsis en los templos». Cito una de sus frases sin traducirla (p. 168): «It became a place for men to gratify their sexual urges». Es claro: los hombres venían al templo para satisfacer sus imperiosas necesidades sexuales, por medio de un pago a la caja, por supuesto. El templo era un gran burdel constituido frecuentemente de centenares de prostitutas —el de Tanjore tenía cuatrocientas—, por lo demás honradas del mismo modo que en Grecia lo eran las hetairas…
Las danzas eróticas de las devadāsis "condicionaban" al cliente
Desde el recinto del templo, se entraba en la natya-mandapa, donde las danzas eróticas de las devadāsis «condicionaban» al cliente antes de hacerlo pasar a la bhoga-mandapa, el área del goce. Claro, ¿no? Este comercio funcionó hasta muy recientemente: convenía a todo el mundo, al menos a los varones. Efectivamente, en la India brahmánica medieval, tres instituciones complementarias vivían en perfecta simbiosis: el matrimonio hindú, el harén y el templo-burdel.
La falta de intimidad de las casas indias era poco propicia para los encuentros amorosos, y gracias al templo y a las sabias devadāsis el hombre podía satisfacer sus «sexual urges»… ¡por medio del grisbi! Los brahmanes se embolsaban la pasta, sirviéndose al mismo tiempo de las devadāsis para sus pequeños placeres. El maharajá, por su parte, también salía beneficiado gracias a los impuestos: ¡el templo-burdel también estaba sujeto a impuestos! Un día, tal vez, un partido político propondrá esta forma indolora de recaudación: ¡hay ideas más tontas que ésta!
¿Y cómo encaja el harén en esta trilogía?
El standing del maharajá era proporcional al número de mujeres y de eunucos que poseía, y por cierto tenían centenares. ¿Hay que envidiarles? Si hubiera estado obligado a «honrarlas» a todas, tal vez habría que compadecerlo. Pero se «contentaba» por lo general con una docena de favoritas, lo que no está tan mal. Además y sobre todo, el harén sustraía todas estas mujeres a la procreación, y aseguraba una forma original y sutil de anticoncepción: en buena parte gracias a los harenes la población india ha permanecido bastante estable con el correr de los siglos.
La superpoblación galopante es un fenómeno reciente, en el que también la medicina tiene su papel. Por último, rasgo genial, el harén hacía escasear la «mercancía» disponible en el mercado, y los hombres eran prácticamente canalizados hacia el templo, gracias a lo cual sus «ofrendas» alimentaban el tesoro real y permitían al maharajá mantener su harén, su palacio y su ejército. Además de los impuestos, el templo y sus excitantes bailarinas procuraban otras satisfacciones al maharajá: invitaba a las más hermosas a su corte para dar recitales de danza lasciva que lo alegraban. Bailad primero, a la cama después…
Las nautch-girls
Tampoco los ingleses desdeñaban a las nautch-girls, es decir, las devadāsis o bayaderas. Para ganarse los favores de un digno funcionario de su Muy Puritana Majestad la Reina Victoria, se le destinaba una nautch para excitarlo en privado. Así, la señora Kindersley, esposa de un funcionario inglés, escribía, en una carta fechada en 1754: «Cuando un negro (black man, ¡sic!) quiere agradar a un europeo, le envía una nautch». La señora añade, y es todo un programa: «Son sus miradas lánguidas, sus sonrisas provocativas, sus movimientos y actitudes tan poco compatibles con la decencia lo que suscita tanta admiración». ¡Qué manera elegante de describirlas!
Sabemos que serán los mismos ingleses los que prohibirán las devadāsis. Aunque dictada por el puritanismo, esa prohibición tuvo consecuencias sanitarias felices. En efecto, los marinos y los soldados ingleses habían distribuido entre las nautch-girls sus gonococos y treponemas pálidos, y los templos se habían convertido en centros de difusión de la sífilis y la blenorragia entre los hindúes, que luego las compartían con sus castas esposas encerradas en el hogar.
El remplazo de las devadāsis al ser expulsados de los templos
Entre paréntesis, las devadāsis, expulsadas de los templos, fueron reemplazadas por prostitutas de clase baja, esas mujeres enjauladas en las calles de burdeles de Bombay, por ejemplo. La prohibición de esta venerable institución tan bien asentada levantó una ola de protestas. Sólo los ingenuos se asombraron de que los más vehementes fueran los brahmanes, que son el ave de rapiña india más corriente.
Cito a Aubrey Menen: «Los brahmanes han establecido leyes para cada acto de la vida, por medio de una «ofrenda» al brahmán oficiante. Este hacía su agosto con los sacrificios cotidianos (por nacimientos, fiestas, muertes, casamientos, viajes lejanos, construcción, compra o venta de una casa, etc.), a falta de los cuales toda clase de catástrofes se abatirían sobre el hogar. Sólo una cosa escapaba a sus garras: el sexo. Después de haber pagado su casamiento, el hombre podía acostarse con su mujer gratis…» ¡Qué laguna y qué inaceptable falta de ganancias!
Pero no hay que ser presa del pánico: «La solución brahmánica fue simple: acaparar, organizar y luego explotar la prostitución con un cinismo y una eficacia dignas de la Cosa Nostra. Se explicaba a los creyentes que una relación sexual en el templo con una devadāsi era un acto piadoso, siempre y cuando, por supuesto, se hiciera un pago conveniente a «madame», es decir al sacerdote…
El tantrismo se encuentra indirectamente en el origen de los templos-burdeles
Sin embargo, el tantrismo se encuentra indirectamente en el origen de los templos-burdeles. Pues, en realidad, ¿por qué había sexo en los templos? Nosotros, los occidentales, para quienes lo espiritual excluye lo sexual, no comprendemos que para el tantra el sexo sea sagrado. De modo que los primeros templos eran el lugar privilegiado de las pūjās tántricas. Esto suscita una pregunta: ¿no era ya una forma de prostitución? No, pues es totalmente diferente la actitud ante la mujer, ante la feminidad. Para el tantra, la mujer y los valores que ella encarna son sagrados, y por tanto respetados. Un culto centrado en la Diosa, la Shakti, excluye ipso facto la explotación comercial de 1a sexualidad femenina por parte del hombre. El proxeneta es un subproducto del sistema patriarcal, dentro del cual la mujer, sometida al hombre, es explotable y explotada.
Como en el origen el templo y sus recursos pertenecían a las sacerdotisas, éstas no eran explotadas. Todavía se celebraban pūjās tántricas en el siglo V, como lo demuestra una inscripción en Gangdhar, en la India central.
Esta inscripción cita explícitamente el tantra en relación con los ritos sexuales asociados a los Dākinīs (compañeros del rito tántrico) y realizados en el templo de la Madre Divina, y sería asombroso que ese templo, virgen de toda escultura erótica, haya sido el único…
Si el brahmanismo se ha nutrido ampliamente del tantrismo
Si el brahmanismo se ha nutrido ampliamente del tantrismo, del cual ha tomado en préstamo muchas prácticas mágicas y procedimientos sexuales, sin embargo son los brahmanes y no los tántricos los que han comercializado el sexo en el templo.
Calificar al macho ario de conejo caliente sería un eufemismo. Para él toda mujer es una presa ofrecida a sus impulsos sexuales, cuya intensidad raya con la bestialidad. Como se ve en el relato de una escena vivida en Madurai por Alexandra David-Neel. «Esa noche unas cuarenta devadāsis bailaban sobre un gran estrado antes de ir a adorar a la diosa Meenakshi. Qué representaba esta danza, no lo sé.
Siempre eran las mismas contorsiones de los brazos, de los dedos de las manos y de los pies, los mismos movimientos de las caderas, el vientre y los pechos proyectados hacia adelante, ofreciéndose… Las muchachas no me parecían ni demasiado bellas ni demasiado graciosas. Lo que llamaba la atención era el círculo de hombres, un buen centenar, amontonados en torno al estrado, con los ojos dilatados y un rostro ferozmente bestial.»
Los místicos hindúes hablan de samadhi, el éxtasis, en el cual el espíritu ya no es consciente más que de un único objeto, todas las demás cosas no existen para él. Estos hombres, hipnotizados en torno a ese estrado, habían alcanzado una especie de éxtasis perfecto: el samādhi del celo.
Las devadāsis descendieron del estrado
Las devadāsis descendieron del estrado y se metieron apresuradamente en los corredores sombríos que conducían al santuario de la diosa. Fue una debacle. La horda de hombres enloquecidos las seguía, vagamente retenidos por los gestos de una vieja, la guardiana de las bailarinas, sin duda una bayadera retirada. El terror que se leía en el rostro de las muchachas —que sin embargo eran prostitutas— apretujadas en el tropel, empujándose para llegar más rápido al santuario protector, era tan turbador como la avidez inmunda de sus perseguidores.
Me oculté entre las patas de un caballo de piedra gigante que sobresalía de la muralla, para dejar pasar la ola infernal, y luego llegué a la salida. Acababa de descubrir un nuevo aspecto íntimo de la morada de los dioses. (L ́Inde où j’ai vécu, p. 54.)
El adepto tántrico respeta a toda mujer en tanto encarnación de la Shakti cósmica
Esta escena es la antípoda del tantra. Pues el adepto tántrico respeta a toda mujer en tanto encarnación de la Shakti cósmica, y no la trata como una presa de caza. Advierto por lo demás a toda mujer occidental que viaje sola por la India. La menor imprudencia puede colocarla en una situación delicada, para no decir más. En grupo —felizmente— es diferente.
Cuando la dominación aria se extendió a estas regiones, los brahmanes que se habían apoderado de los templos comprendieron pronto el provecho que podían sacar. El proceso está ilustrado por un caso similar, sin relación con el sexo, que existe todavía en Calcuta. En efecto, en el célebre templo de Kālī (Calcuta viene de Kālī-Ghat). Para apaciguar a la diosa que reclama un río de sangre, cada día se sacrifican ritualmente centenares de cabras. Los brahmanes, que han echado mano sobre este templo, explotan este culto. Se remonta a la época prearia y que se han cuidado muy bien de suprimir. Así se han hecho inmensamente ricos.